Brasil vivió una jornada de intensa movilización social luego de que cientos de indígenas, activistas ambientales y organizaciones de la sociedad civil salieran a las calles de São Paulo y diversas zonas de la Amazonía para protestar contra la construcción del Ferrograo, un proyecto ferroviario de casi 1.000 kilómetros destinado a transportar granos desde el corazón agrícola del país hacia los puertos amazónicos.
Las manifestaciones, realizadas simultáneamente en centros urbanos y territorios rurales, coincidieron con la cumbre climática de la ONU (COP), lo que amplificó el impacto político y mediático del reclamo. La presión internacional sobre Brasil aumentó de manera significativa, pues el proyecto vuelve a poner en debate los dilemas entre crecimiento económico, protección ambiental y respeto a los derechos de los pueblos originarios.
El Ferrograo es considerado uno de los proyectos logísticos más estratégicos para el agronegocio brasileño, debido a que promete reducir costos de transporte, descongestionar las rutas terrestres y aumentar la competitividad del país en los mercados globales de soja, maíz y otros granos. La infraestructura conectaría el estado de Mato Grosso con los puertos amazónicos, potenciando la salida de commodities hacia Asia y otros destinos.
Sin embargo, para las comunidades indígenas, especialistas ambientales y organizaciones internacionales, el megaproyecto implica riesgos severos. Entre los principales cuestionamientos se incluyen:
Posible afectación de territorios tradicionales indígenas, con desplazamientos forzados o interrupciones en modos de vida ancestrales.
Incremento de la deforestación en zonas sensibles de la Amazonía, asociada tanto a la construcción como a la expansión agrícola que suele acompañar grandes obras.
Alteración de ecosistemas frágiles, incluyendo áreas de alta biodiversidad y corredores ecológicos esenciales.
Insuficiencia de los estudios de impacto ambiental, que, según los manifestantes, no reflejan adecuadamente los efectos acumulativos del proyecto.
En São Paulo, miles de personas marcharon hacia la Avenida Paulista portando carteles con mensajes como “A Ferrograo destruye vidas” y “La Amazonía no está en venta”. En paralelo, en regiones amazónicas, líderes indígenas denunciaron que el proyecto avanza sin la debida consulta previa, libre e informada, en violación a tratados internacionales como el Convenio 169 de la OIT.
Portavoces de comunidades afectadas enfatizaron que la región ya enfrenta presiones intensas por minería ilegal, invasiones de tierras y actividades agroindustriales. La construcción del Ferrograo, advierten, podría agravar estos conflictos y generar daños irreversibles.
La coincidencia de las manifestaciones con la cumbre climática de la ONU —donde Brasil busca consolidar un perfil más comprometido con la acción climática— generó un efecto dominó en la opinión pública internacional. Delegaciones de países europeos y organismos multilaterales solicitaron explicaciones sobre las garantías socioambientales del proyecto, mientras organizaciones internacionales de derechos humanos difundieron alertas y llamados a detener la obra hasta contar con evaluaciones más rigurosas.
Expertos señalan que el caso Ferrograo podría convertirse en un punto crítico en las relaciones de Brasil con socios comerciales y financieros que exigen estándares ambientales más estrictos.
El gobierno enfrenta ahora un doble desafío: por un lado, mantener su compromiso con el desarrollo económico y la infraestructura logística; por el otro, responder a la presión social e internacional que exige mayor protección de la Amazonía y respeto a los derechos de los pueblos originarios.
El futuro del Ferrograo, aunque aún respaldado por el sector productivo, podría depender de nuevas negociaciones, ajustes en el diseño del proyecto y un proceso más transparente de consulta y evaluación ambiental.